La Fornarina y otras cupletistas que marcaron una época

La Fornarina y otras cupletistas que marcaron una época: mujeres ayer admiradas, hoy olvidadas

domingo, 26 de octubre de 2014

Intermedio: Mamá, quiero ser tiple

Nosotras no tenemos la culpa de esto, pídanle ustedes explicaciones
a nuestras madres que nos han "colocado" de coristas
Una de las figuras imprescindibles de aquellos tiempos del cuplé fue la de "madre acompañante de cupletista", que tantos inolvidables personajes y desopilantes momentos han dejado en la literatura y el cine de nuestro país. Aunque no siempre fueran las madres de la artista (véase la tía de "El último cuplé") como tales ejercían cuando era necesario. De firme e indómito carácter, llegaron a convertirse en el terror de empresarios, admiradores, periodistas y moscones varios.
Aunque sin formación previa (en muchas ocasiones prácticamente analfabetas) ejercían hábilmente de agentes de sus niñas: las presentaban ante los empresarios; las apuntaban en las clases de canto,baile o dicción; negociaban sus contratos; las acompañaban en sus viajes; velaban por su seguridad y por su virtud... esto último siempre que fuera posible (las niñas se "despistaban" que era un primor) y oportuno para sus intereses.
La célebre pelea entre madres (y tía) de las coristas en "El último cuplé".
La genial Matilde Muñoz Sampedro, en el centro, defendiendo a su sobrina María
Tenemos ejemplos como la madre empresaria de la Chelito, la siempre hambrienta madre de Nati la Bilbainita (su forma de comer causaba estupor entre sus contemporáneos) o la guapa madre de Preciosilla y Museta, señora famosa en su juventud por poseer los encantos que luego dejaría en genética herencia a sus dos hijas. Había de todo y así nos podíamos encontrar en los camerinos de los teatros con un amplio surtido donde escoger: entre la férreamente virtuosa hasta la oportunista sin escrúpulos, a la que casi podríamos calificar como alcahueta, pasando por la antigua artista venida a menos. Si bien podemos considerar que la mayoría de ellas cuidaron con amor y entrega de sus hijas o sobrinas, alguna hubo que le sacó a su retoño todo lo que pudo hasta el final de su carrera.
Preciosilla con su madre, la oronda señora de la izquierda,
luciéndose en carruaje abierto por las calles de Madrid
Se hizo cómicamente célebre la figura de la madre que, inaccesible al desaliento, se "emperraba" en que su hija fuera artista aunque la niña estuviera negada para el arte y totalmente desprovista de talento o belleza. Sus visitas a empresarios del mundo de las variedades, intentando vender un producto a todas luces inoperante, fueron motivo de burla en el mundillo artístico. Aunque a veces, todo hay que decirlo, la insistente progenitora conseguía su objetivo y colocaba a la niña, quién sabe cómo y ofreciendo a cambio quién sabe qué.
Sobre tan delicada circunstancia os dejo a continuación el poema "Quiero ser tiple" aparecido en la revista "Iris" en julio de 1899, firmado por Eusebio Sierra.

- Pasa...
        - ¿El señor director?
- Servidor.
        - Mi hija Matilde.
- Muy bella.
        - Muchas gracias por la flor.
          Pues yo vengo aquí con ella
          a pedirle a usted un favor.
- Tomen ustedes asiento.
        - Yo soy viuda.
- Lo lamento.
        - No; no lo lamente usted
          porque fui muy desgraciada
          de casada.
- Pues no lo lamentaré;
  ponga que no he dicho nada.
  Continúe usted, señora.
        - Ya sabe usted lo que cuesta
          ganarse la vida ahora,
          por lo cual le he dicho a ésta:
         ¿qué vas a ser? ¿planchadora?
          No, señor,
         ¿pues no sería un dolor,
          y hasta un cargo de conciencia
          que pasara la existencia
          metida en un obrador?
         ¿Qué va a ser?
        ¿Costurera? Pues lo mismo;
         ¡si rompiéndose el bautismo
          no ganan para comer!
         ¿Va a ser cigarrera? ¡Quiá!
          Es ocupación muy fea...
         ¿Pues que quiere usted que sea?
- A mi lo mismo me da.
        - Además, y esto es lo grave
          está tan bien educada
          que no sabe
          lo que se dice hacer nada.
          Por lo cual se me ha ocurrido
          que a nuestro estado precario
          sólo se ofrece un partido:
          ¡lucirla en el escenario!
- Muy bien, muy bien discurrido.
  ¿Quiere ser corista?
        - ¡Cómo! 
          Caballero, usted la ofende;
          ¿corista? Ni por asomo...
- Pues entonces, ¿qué pretende?
        - Ser tiple... ¡y de tomo y lomo!
- ¿Pero canta?
        - Sí, señor.
          ¡Si tiene una voz que espanta!
          Mírele usted la garganta,
          lo mismo que un ruiseñor.
         Es una voz argentina,
         ¿y extensa? una atrocidad:
         cuando canta en la cocina
         atruena a la vecindad.
- ¿Sabe música?
        - Eso no.
- ¿Tendrá oído?
        - De primera:
         ¡como que oye desde fuera
         lo que hablemos usted y yo!
- ¡Vaya! ¡Vaya!
 ¿Declama?
        - ¡Virgen María!
          Hizo una voz en Talía,
          un monólogo... ella sola...
          y la aplauden todavía.
          ¡Y qué formas!
                       - ¡Ay, mamá!
        - Tú te callas.
          Nada, usted se las verá
          cuando se ponga las mallas,
          que es claro, se las pondrá.
         Conque, ¡ea! por su interés
          tráigala usted a su teatro;
          lo que otra le haga por cuatro
         ésta se lo hará por tres.
- Bien; pues la tendré presente
  vuelva usted dentro de un mes
  o dentro de dos.
        - Corriente.
           Hasta la vista.
- A sus pies.
        - Despídete del señor.
La niña con humildad:
                       - Buenas tardes.
- Servidor.
        - ¡Y que no haiga novedad!

La niña mortificada por las pretensiones maternas,
imaginándose su futuro en mallas y cantando cual ruiseñor



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