La Fornarina y otras cupletistas que marcaron una época

La Fornarina y otras cupletistas que marcaron una época: mujeres ayer admiradas, hoy olvidadas

sábado, 26 de noviembre de 2011

FORNARINA XVI: El número final

"La vida es un halo luminoso, una envoltura semitransparente
que nos envuelve desde que tenemos conciencia hasta el final"
(Virginia Wolf)

Fornarina canta su último cuplé en el Apolo, la noche de su beneficio, el 20 de mayo de 1915. Al finalizar la actuación, ya en su camerino, recibe la visita de uno de sus más incondicionales y constantes admiradores. Como todas las noches viene a rendirle tributo con un hermoso ramo de flores. La artista le recibe, cariñosa pero con gesto cansado (en realidad, dolorido) y le hace una pregunta que deja a su admirador estupefacto: "Amigo mío... ¿sería usted tan constante como para llevarme flores a mi sepultura?". El hombre balbucea una respuesta: "¡Pero quién piensa en eso!... Consuelito, por Dios... Pero, no obstante, tendría la misma constancia...".


Regalar flores a una cupletista en su camerino
fue una de las imágenes más típicas de la época

Como vemos, oscuras nubes de dolor y presentimiento se ciernen sobre los pensamientos de Fornarina, ahora que, al fin, ha tomado la decisión de pasar por el quirófano. Está todavía actuando en el Apolo, pero debido a que los terribles dolores que padece le impiden cada vez más llevar una vida mínimamente normal, comprende que ha llegado el momento de terminar de una vez por todas con su "problema". Es reconocida por importantes especialistas de su época, que llegan a la conclusión de que su situación es de extrema gravedad, pero que no le recomiendan la operación debido al altísimo riesgo de infección que conlleva. Una infección en 1915, antes del descubrimiento de la penicilina, era muerte segura en una enferma como ella, que tanto había pospuesto la operación y cuyo estado era ya de infección casi permanente. Pero Consuelo no puede soportar vivir de esa manera: necesita sentirse otra vez sana, libre, capaz de realizar su trabajo y de poder llevar, al fin, la clase de vida por la que tanto ha luchado. Tiene treinta y un años recién cumplidos, no puede resignarse a vivir una vida de inválida, de enferma crónica durante... ¿cuántos años más?

Alexander Fleming no descubrió la penicilina hasta
septiembre de 1928: demasiado tarde para Fornarina


Solicita una segunda opinión, esta vez del prestigioso doctor Cospedal, que le recomienda operarse una vez pasen los rigores del verano madrileño, para no incrementar las posibilidades de infección. Pero en una nueva exploración se descubre que la operación no pueda ser pospuesta y se decide adelantar para el 14 de julio. El diagnóstico no queda claro, al menos en su época. Se habla de un simple quiste o de un cáncer ovárico, extendido al útero después de cinco años desde que surgieran los primeros síntomas. Otro diagnóstico, el que más visos tiene de verosimilitud, es el de una salpingitis, inflamación de las trompas de Falopio causada probablemente por una antigua enfermedad venérea: al ser una patología antigua y no tratada, la infección se habría extendido, fatalmente, a otros órganos. Al parecer a Consuelo los médicos no le cuentan toda la verdad, si es que la sabían. La versión del simple quiste es la que, al parecer, el doctor Recasens le da a la propia Fornarina, y según él (en versión de "El Caballero Audaz") tendría excelente solución quirúrgica, "raspando un poquito de aquí y quitando un poquito de allá".


Antigua imagen del jardín del hospital del Rosario de Madrid

Consuelo ingresa en el hospital de Nuestra Señora del Rosario de Madrid, especializado en maternidad y enfermedades propias de la mujer. La clínica es grande, luminosa, moderna y bien equipada. Las Hermanitas de la Caridad ofician allí como enfermeras y el equipo médico es uno de los mejores de España. Consuelo ingresa acompañada por su hermana Petrita y su inseparable Nati. Compañeras de las tablas, periodistas y amigos en general, pasarán durante unos días por su luminosa habitación, donde reina un cierto ambiente de optimismo.


Fornarina, aparentemente despreocupada, posa en su soleada
habitación de la clínica poco antes de la operación

A pesar de su actitud positiva, Fornarina hace preguntas y toma decisiones que dejan clara la amargura de sus presentimientos. Entre las preguntas, la más chocante es la que le plantea a Nati y a su hermana: "¿Cuál creéis que es el cementerio más alegre de Madrid?", a lo que ellas contestan que, por los comentarios de la gente, debe ser el de San Isidro; y en él pedirá Consuelo ser enterrada. Además les hace a las dos mujeres una serie de indicaciones sobre cómo quiere ser amortajada y otros detalles tan fúnebres como prácticos. El día 13 Fornarina decide hacer testamento, justo la víspera de la fecha señalada para la operación. Como suele decirse, deja todo "atado y bien atado", con vistas a un posible desenlace fatal.


Consuelo acompañada por su hermana Petrita (a la izquierda)
y su inseparable amiga Nati

El día 14 entra en el quirófano. Al finalizar la operación, todo parece haber salido bien. De hecho se despierta de la anestesia (por aquella época, de tremendos efectos secundarios) alegre y esperanzada. Recibe la visita de sus familiares y algún amigo, y los oscuros presentimientos previos a la operación parecen disiparse. Incluso llega a hacer planes para su vuelta a los escenarios. Pero el día 16 comienza a tener síntomas evidentes de infección. De hecho, se trata de una septicemia (infección extendida por todo el organismo) que avanza tan rápido que apenas le deja tiempo para confesarse con un sacerdote y besar, con intenso fervor, unas medallas de la Virgen de la Soledad que le llevan. Afortunadamente no llega a enterarse de la visita de José Juan Cadenas que, interceptado por familiares y amigas de Consuelo, no consigue entrar en la habitación de su antigua amante, probablemente la mujer que más le haya querido.


Cadenas en 1934. Para Consuelo él ya siempre
sería
joven, guapo y arrogante

Según Retana, sentimental y algo propenso al drama, en sus últimos momentos antes de entrar en agonía, Fornarina dirá la frase que después, durante un tiempo, se haría famosa: "Fui bella y los hombres me juraron su amor. Yo creí en sus palabras. ¡Ese fue todo mi pecado!". Si hemos de creer a Retana, ni siquiera en sus últimos momentos pudo la pobre Consuelo librarse de ese "pasado de pecado" que siempre le persiguió. Duros tiempos aquellos para ser mujer.


La "pecadora" Fornarina tuvo que dar explicaciones
sobre su vida amorosa hasta el final

Fornarina muere en la madrugada del 18 de julio, sin apenas sufrimiento debido a su estado comatoso. Es amortajada tal y como ella dispuso: con el sencillo habito de la Virgen de la Soledad, descalza pero con medias de seda, maquillada como para salir a escena y primorosamente peinada bajo la toca del hábito. Su cuerpo es expuesto en la capilla del hospital y allí es velada. Apareció en la prensa alguna foto de esta capilla ardiente pero no he creído oportuno incluirla en este blog: es demasiado triste.


Es mejor recordar a Fornarina viva: joven, alegre
y hermosa para siempre

El cortejo fúnebre fue tan conmovedor como impresionante, con uno de aquellos coches acristalados (de estufa, los llamaban) tan imponentes, cuajado de coronas y ramos de flores, tirado por caballos empenachados y seguido por un numeroso séquito formado por familiares, amigos y admiradores. La tristeza de los asistentes contrasta con el ambiente: es un luminoso día de julio, cálido y alegre, como la propia Consuelo. Por el camino todos lloran recordándola con cariño y lamentando su muerte a tan temprana edad. Entre ellos hay multitud de colegas del mundo del espectáculo, llorosas compañeras de las variedades, conocidos periodistas e ilustres escritores. Todos los que la conocieron y quisieron, todos excepto "su Pepe".


Una imagen de la tumba tal como era en 1930,
actualmente se encuentra casi destrozada

El entierro tuvo lugar a las cinco de la tarde del 19 de julio de 1915 en la Sacramental de San Isidro, donde tiene como ilustre vecina a una madrileña tan castiza y polémica como ella: la Duquesa de Alba (la de Goya, se entiende). Durante muchos años nunca faltó un ramo de flores en la blanca tumba, quién sabe si allí colocado por aquel admirador del Apolo que, un lejano mes de mayo, le jurara eterna constancia a la desgraciada Fornarina.

Muchos la recordaron con cariño, no exento de cierta amargura por su prematura muerte. Entre ellos, quizá el homenaje más sentido y acertado fue el que le hizo Enrique Ramirez de Gamboa, el "Cipri", esposo de Olga Ramos y padre de Olga María Ramos. El Cipri le dedicó a Fornarina un bellísimo cuplé titulado "La sinventura", que así dice:

Si bajas a la feria de San Isidro
acércate al recinto de los silencios
donde, bajo amapolas y azules lirios,
duerme la Fornarina su sueño eterno.
Puede ser que su lindo Polichinela,
al que ella cantante dio movimiento,
vele fiel su descanso, cual centinela,
mientras penden sus hilos del firmamento..."(1)



Adiós, Consuelito, adiós...


(1) Mi más profundo agradecimiento a Olga María Ramos, que me ha dado permiso para reproducir en mi blog esta bella composición de su padre.

domingo, 9 de octubre de 2011

Intermedio: La imagen de la cupletista II

La Goya, con su innovador estilo dramático, cayó en un olvido
inmerecido por causas ajenas a su talento

El debut de La Goya (en junio de 1911) marcará en el mundo de las variedades españolas un antes y un después, especialmente en lo que se refiere a la dignificación del cuplé y la imagen de la cupletista. La jovencísima cantante, de apenas quince años, es menuda, risueña y no posee el físico rotundo e imponente que se estila. Estrena un repertorio propio que intenta y consigue, con inusitado éxito, otorgarle al cuplé variación, elegancia y sofisticación. Su estilo es básicamente el de la cancionista "a transformación" y cambiará su atuendo para cada uno de sus temas, recreando así todo un mundo diferente en cada canción sin necesidad de complicadas escenografías.
La Goya caracterizada para interpretar el "Ven y ven",
celebérrima creación suya

Lo que hace no es nada nuevo, otras lo han hecho antes de ella con menor fortuna y también otras, como Fornarina, han conseguido llegar al gran público abandonando las procacidades del género ínfimo. Sin embargo el caso de La Goya nos sirve como perfecta introducción a la que podríamos calificar como segunda época en la imagen -y el trasfondo- de la cupletista. Esta época, que para muchos es la edad de oro del cuplé y es sin duda la más conocida por sus populares temas, durará hasta bien entrados los años veinte. Los cambios de la moda durante este tiempo serán radicales y definitivos: el abandono del hasta entonces imprescindible corsé, el acortamiento progresivo de las faldas, la aparición de peinados hasta entonces impensables para las mujeres (el corte a lo garçon causó estragos), la creciente influencia del cine y el estilo de las estrellas de Hollywood, etc.

La actriz norteamericana Pearl White, conocida en España
como Perla Blanca, fue la reina del serial cinematográfico

De la importancia del auge del cine en el mundo del espectáculo español -para bien y para mal- os hablaré en próximas entradas, pero de momento volvamos al panorama de las variedades de 1911. Hasta que llegue el momento en que una chica, incluso una tan atrevida como una artista de variétés, se atreva a cortar su larga cabellera y su no menos larga falda imitando a las estrellas de un incipiente Hollywood, aún habrá que pasar por diferentes etapas de sutiles y no tan sutiles cambios.

Blanca Suárez en 1913, adepta total a la moda
orientalista impuesta por Poiret

El extraordinario éxito de los ballets rusos de Diághilev influye poderosamente en el atuendo escénico de los artistas de medio mundo, con su visión al estilo de "Las mil y una noches" de lo oriental y lo exótico. En la primera parte de este Intermedio os hablé de la influencia de estas modas orientalistas impuestas desde París por el diseñador Paul Poiret. Gracias a él la mujer se liberó del corsé y, de paso, de alguna que otra carga más tanto en su indumentaria como en su mentalidad. Con la Gran Guerra esta liberación femenina se hará dramáticamente necesaria, con la obligada incorporación de la mujer a tareas hasta entonces exclusivamente masculinas. Durante los años del conflicto, ni qué decir tiene, la parte exótica quedará relegada para resurgir en los años veinte con un look más estilizado.

Dorita Belmonte, para el mundo del arte Dora la Cordobesita,
y su recatada interpretación del estilo Poiret

En el corte de las prendas se imponen los talles altos, los largos tobilleros, la ausencia del corsé y la eliminación, progresiva, de las enaguas y los rellenos. Las mujeres se convierten en pragmáticas diosas, dispuestas a reinar en sus olimpos particulares después de una más o menos dura jornada de trabajo en la oficina, conduciendo tranvías o actuando encima de las tablas.
Y es que esta ausencia de ataduras y carga innecesaria fue especialmente evidente -y altamente agradecida- en el mundo del espectáculo. Las cancionistas, bailarinas, cupletistas o simples chicas del coro adoptaron para la escena un vestuario más ligero, que otorgaba a quien lo llevaba libertad de movimientos y de ideas... al menos en apariencia. Pero por algo se empieza.

A Candelaria Arys, ya en 1921, no le faltaba detalle: prueba
de que la sencillez no siempre funciona en escena

Los tejidos siguen siendo suntuosos y algo rígidos: la organza, el satén, el muaré o el crespón son los más utilizados tanto en la calle como en los teatros. Los bordados de complicados diseños florales se van abandonando en pro de las lentejuelas y los abalorios de canutillo, dorados, plateados o en el cada vez más apreciado azabache. Hay un oscurecimiento progresivo de los tonos, incluso para la escena. Durante unos años convivirán, en perfecta armonía, el look dulce y romántico de Mary Pickford con la sugestiva y tenebrosa seducción de Theda Bara(1).
Paquita Escribano en 1919 y su traje de brocado sobre
satén abombado, en los tonos oscuros que estaban de moda

Las artistas de la escena española se desprenden de los voluminosos sombreros de plumas en cascada. Las peinetas, las bandas o diademas y los tocados a la griega se enseñorean de las cabezas de las mujeres. Las plumas permanecerán todavía durante unos años, pero limitadas a reinar en solitario prendidas al cabello o a los cada vez más reducidos sombreros. Esta pluma solitaria, la soberbia aigrette, se despedirá alcanzando alturas vertiginosas antes de su desaparición definitiva.
Rosaida -obsérvese que se anuncia como tonadillera- luce
sofisticada "aigrette" y castizo mantón

Otra influencia reseñable en el atuendo de la artista española de la época, será la enorme popularización de los ritmos de baile extranjeros (tango, cake-walk, fox-trot,...) representados en bailarinas de salón como Irene Castle y, tras el éxito de los ballets rusos, en las danzas clásicas de pretendida inspiración en la antigüedad de la indefinible Isadora Duncan.

Irene Castle y su peculiar estilo, poderosamente femenino

La Castle, con su cuerpo menudo y sin apenas formas, se convirtió en una de las primeras fashion victims de la historia de la moda y su estilo, entre lo romántico y lo circense, influyó sobremanera en el de las artistas de variedades de todo el mundo. Sus capotas de estilo holandés, sus faldas trabadas o sus estampados de rayas causaron tal furor que llegó a convertirse en diseñadora de su propia línea de ropa.

Las danzas clásicas inspiradas en las coreografías de Isadora Duncan
reivindicaban el regreso a unos orígenes más naturales

La también norteamericana Isadora Duncan ejerció una influencia más sutil y minoritaria, aunque no menos importante si la analizamos con la perspectiva que dan los años. Los ropajes sueltos, los talles altos y los tejidos vaporosos, así como los recogidos de inspiración helénica fueron lo más moderno y lo más atrevido que podía verse por aquellos años en los escenarios de todo el mundo. En España, siempre algo por detrás del resto de Occidente en este y otros aspectos de la modernidad, se adoptó este estilo clásico unos años más tarde, con algo más de pudor y metros de tela, y algo menos de naturalidad y soltura.

Carmen Revilla y su precioso vestido plisado,
de altísimo talle e ingentes cantidades de muselina

Surge, tanto en la calle como en la escena, un nuevo estilo: el de "la tobillera", esto es, la chica ingenua por edad o elección personal, que busca dar una imagen dulce y aniñada potenciada por las muselinas en tonos pastel, los bordados ingleses y la ausencia de sofisticación. El largo por encima del tobillo había sido hasta entonces el apropiado para las niñas y solo en ellas se permitía. A partir de ahora se convertirá en la norma para la calle y en el escenario no hará más que subir y subir hasta alcanzar límites inadmisibles hasta hacía poco.

Adelita Lulú, inasequible al desaliento, en uno de sus numerosos
cambios de estilo adoptó el de la dulce ingenua

Por otro lado sigue estando de moda en escena la representación de las niñas pequeñas que, escudadas tras una fachada de inocencia e indefensión, se atrevían a cantar barbaridades tales como el célebre cuplé de "La regadera":

Tengo un jardín en mi casa
que es la mar de rebonito.
No tengo quien me lo riegue
y lo tengo muy sequito.

Como no soy jardinera
ni me gusta trabajar,
por la noche aunque no quiera
me lo tengo que regar...

Ya en 1908 Julita Fons hizo una deliciosa
creación del cuplé de "La regadera"

El efecto entre la forma y el fondo de estos cuplés resultaba devastador entre el soliviantado público. Hoy en día algo así sería, simplemente, inadmisible: se vería como una apología de la pedofilia. Sin duda nuestra actual visión de las cosas está algo más viciada y maleada que la de aquella época. O nuestros bisabuelos eran unos bribones amorales de muchísimo cuidado...

La cupletista Graciela, caracterizada de falsa ingenua,
enseñándonos algo más que los tobillos

En resumen podemos considerar esta segunda etapa del cuplé (la que transcurre desde el debut de Goya y la llegada de los años veinte) como un periodo de transición caracterizado por la adopción de un vestuario teatral más parecido al del traje de gala de las elegantes de la época y cada vez más alejado del "uniforme de cupletista" con sus trasnochadas rigideces y abundancias.

Pero esto es España y hay cosas que nunca cambian...

El estilo más flamenco o españolizado del cuplé, para el que cada vez se impone más la denominación de copla o tonadilla, se convertirá poco a poco en el estilo favorito de la escena española y arrinconará al cuplé picaresco, dramático o elegante de estilo francés hasta hacerlo desaparecer casi por completo en la década de los años treinta.
La tonadilla, en su forma de canción o baile y como expresión artística en general, tenía sus propias normas estilísticas y su muy característico lenguaje visual. Nadie entendía por entonces, y aún ahora se hace con ciertas reservas, una rumba flamenca o una desagarrada copla aflamencada sin su parafernalia de mantillas, peinetas, mantones, volantes, claveles y sombreros de ala ancha.
La bailarina Marfilia no necesitaba para bailar ni mantón,
ni mantilla, ni volantes rizados, pero su caso será excepción

No obstante, y a pesar de su resistente -y algo correoso- código formal, el estilo de la canción española presentará también cierta permeabilidad a las modas y así apreciamos ciertas variaciones como los peinados menos voluminosos, la forma de colocarse la mantilla o las caprichosas peinetas de fantasía, con motivos que van de lo más tradicional a los estilos más art decó o incluso a los influenciados por las vanguardias artísticas más innovadoras.

La cupletista Crisantema en 1914, en plan flamenco, sin mantón
ni mantilla pero con peineta y guitarra: atención a esos tirabuzones...

Los mantones pierden su prevalencia de los años anteriores, sin llegar a desaparecer, y dejan el protagonismo a la mantilla (colocada sobre el rostro cada vez más baja, casi caída sobre los párpados) que pasa del blanco obligatorio de las décadas anteriores al negro, al hilo de lamé (dorado y plateado) o a cualquier color de fantasía a juego con el atuendo.
La cancionista Casilda en 1919, con la mantilla de Chantilly
prácticamente encajada en las cejas

Se pone de moda para la escena, de forma apabullante, el traje de gitana y todo su vistoso acompañamiento. El estilo es menos recargado y se basa en los peinados simples, los tejidos de algodón como el percal o el dril y los adornos baratos: peinetas, aretes y largos collares de cuentas que pueden ser de hueso o estar hechos de un novedoso material, tan versátil como barato, llamado plástico. La aparición de la baquelita (un derivado del petróleo) causa pasmo y estupor en la sociedad española, que lo considera como lo último de lo último, o sea, el acabose, lo nunca visto. No será más que una de las señales de los cambios que surgirán, a velocidad vertiginosa, en los tiempos que se avecinan.
Amarantina en 1920 luce traje de gitana clásico pero el mantón
es bastante más pequeño y se coloca de forma caprichosa

Este traje de gitana y el más formal de andaluza, con su cada vez más estilizadas mantillas y peinetas, se pondrán de moda en todo el mundo gracias precisamente a las artistas que lo lucen por los escenarios de Europa y América, y tendrán una gran influencia en la moda gracias a las películas de Hollywood. Para bien o para mal conformaron, y lo siguen haciendo a veces a nuestro pesar, la imagen más reconocible de la mujer española en todo el mundo.

Salud Ruíz vestida de zíngara en el Sacromonte o cómo los anacronismos
nunca han sido óbice para una buena portada

Pero no solo de lo andaluz vivía el cuplé de estilo español, ya que también tenían gran acogida los temas regionales que ahondaban en el orgullo de los localismos: aragoneses, madrileños, gallegos, asturianos, cántabros, lagarteranos,... todos tenían su hueco en el mundo del cuplé, casi siempre en tono dramático y sentimental. La propia Raquel Meller, que siempre ejerció de aragonesa, le dio a este subgénero gran importancia dentro de su repertorio. Mención aparte se merece su paisana Ofelia de Aragón, que tuvo una larga carrera dedicada prácticamente en exclusiva a este tipo de canción.
Ofelia de Aragón, aquí de recatada y virginal aldeana,
fue una artista muy famosa y apreciada

Adios a la cupletista, bienvenida a la vedette

En definitiva, los años veinte verán la desaparición de la imagen tradicional de la cupletista y la aparición, triunfal e impactante, de la vedette o corista de revista musical, con una imagen más cosmopolita inspirada en los grandes espectáculos de París o Broadway. Incluso la cancionista más castiza, enfrentada al público en solitario sin más compañía que su repertorio, abandonará las lentejuelas, los brocados y las terribles sobaqueras, y se vestirá con estudiada elegancia o lucirá un vestuario adaptado a cada una de las canciones que interprete.

Adiós al uniforme de cupletista: la casa de modas De Juana
tuvo que adaptarse a los nuevos tiempos... o morir

En el tercer y último Intermedio sobre la imagen de la cupletista, veremos desaparecer no solo a la artista sino a su arte. El cuplé muere en los años treinta pero antes dejará tras de si una brillante estela de lentejuelas, flecos, boas de plumas y larguísimos collares. Antes del rotundo advenimiento de la revista musical, las cupletistas de los años veinte -las últimas en su género- harán del final de su era la despedida triunfal que el insigne cuplé se merecía.

La fabulosa Mistinguett, con su sensacional imagen
de vedette de gran revista, ejerció una enorme influencia


(1)Mary Pickford, la primera "novia de América", era el prototipo de la ingenua de aspecto aniñado y largos tirabuzones rubios. Theda Bara, por el contrario, con sus ojeras pronunciadas y sus atuendos transparentes, fue la primera "mujer fatal" de la historia del cine.

sábado, 23 de julio de 2011

LA FORNARINA XV: Premoniciones

Fornarina en una de sus poses clásicas, acaso la más conocida
de sus tarjetas postales, y en la cumbre de su fama y su belleza

Consuelo comienza el año 1915 sumida en la tristeza de la guerra europea -que le impide seguir desarrollando su exitosa carrera internacional-, pero decidida a que sea este año precisamente el último sobre los escenarios. La ansiada retirada, después de su debut en 1902, dejaría tras de sí trece años de ascenso imparable, algún que otro sonado escándalo y, sobre todo, el cariño y el respeto por parte tanto de la crítica como del público.
Sin embargo, parte de este público y de estos críticos, comienzan a ver ciertos indicios de decadencia en la figura de la cupletista: no en vano tiene ya... muchos más años de los que confiesa. Aquí os dejo una breve y anónima referencia a la molesta (y enquistada) costumbre española de añadirle años a las artistas, en este caso a la pobre Consuelo, poco después de su muerte:
"... la Señorita Primavera... Pues bien: hace cinco o seis años que, a cada reaparición de la inolvidable, gentilísima cancionista, no dejaba de haber quien se sorprendiera de que "se conservase tan bien..." ¡Como si se tratase de una sesentona! ¡Pero cómo querían ustedes que no se conservara bien quien apenas había salido de la primavera de su vida!".
En "la primavera de su vida" Consuelo tiene treinta años, una edad considerada entonces como frontera de la madurez, especialmente en una mujer y más especialmente todavía en una artista de su clase. Una actriz de teatro serio, una María Guerrero sin ir más lejos, podía cumplir años sobre la escena e ir adaptándose al repertorio o adaptar éste a su edad, sin que el público se lo reprochase. Pero una cupletista, una artista de las variedades, no podía permitirse el lujo de la "decadencia". En mayo cumpliría los treinta y uno, la frontera habría sido atravesada sin remedio y no habría posibilidad de marcha atrás. Sí, definitivamente, los treinta y un años eran una buena edad para empezar la retirada.

María Guerrero y su marido, Fernando Díaz de Mendoza, formaron
la compañía de teatro "serio" más prestigiosa de la época

La Fornarina ha obtenido muchas de las cosas con las que soñaba desde niña, pero Consuelo Vello no ha tenido tanta suerte. Sentimentalmente está rota y su salud es extremadamente delicada. Pero tiene grandes amigos que le ayudarán a soportar las tristezas de este último año. Ahora que ya ha conseguido el ansiado hotelito, recibirá a estos amigos en un entorno más amplio, lujoso y personal que el de sus anteriores pisos alquilados.

Ramón Pérez de Ayala, aquí retratado por Sorolla,
fue un gran admirador de Fornarina

El atormentado Felipe Trigo fue uno de los organizadores
del famoso banquete de Parisiana en honor de Fornarina
En este grupo de amigos y conocidos, hay personalidades tan dispares como Pérez de Ayala, Felipe Trigo, Hoyos y Vinent, El Caballero Audaz, Pepito Zamora o Álvaro Retana. Algún que otro aristócrata con veleidades intelectuales o artísticas, como Gloria Laguna, duquesa de Requena, cuya amistad con Consuelo dio mucho que hablar a los maldicientes. No podían faltar sus amigos periodistas, siempre amables en la crítica con la gentil cupletista. Todos ellos, en petit comité, admiraban la forma en la que Consuelo recitaba a sus poetas preferidos, como Heine, Lamartine, Rubén Darío o Verlaine, o les leía fragmentos escogidos de su adorado Victor Hugo, en francés, por supuesto.

Antonio de Hoyos y Vinent, escritor y aristócrata, tuvo un
famoso salón en el que todos los demás se inspiraron

Cartel de Pepito Zamora, cuyo estilo marcó toda una época
tanto en España como en el extranjero

Este heterogéneo grupo, con su carácter de temporalidad y sus inevitables variaciones en la composición de sus miembros, no tenía más común denominador que su admiración por la Fornarina. Alrededor de su figura, en estas reuniones se hablaba de literatura, de estrenos teatrales, de política, de vestuario teatral y diseño de decorados o de las últimas noticias de la Gran Guerra; pero también se hablaba sobre la última faena del torero de moda, de los últimos rumores escandalosos sobre tal o cual tiple y, cómo no, se bebía y se comía con fruición, eso sí, siempre por amor al arte. Probablemente, en alguna que otra ocasión, Fornarina interpretaría alguno de sus temas, acompañada por el imponente piano Colin de color blanco que ocupaba un lugar de honor en su salón.

El piano blanco de Fornarina terminó, tras algunas vicisitudes,
en el salón de la casa madrileña de Sara Montiel

Pero no todo fueron canciones, cotilleos, poesía, canapés y champagne en el salón de Fornarina. En una de estas reuniones Consuelo comentaría a sus amigos, como de pasada, un suceso ocurrido bastantes años antes, durante la primera de sus actuaciones en Leipzig: encontrándose en una animada velada, tras una lujosa cena, pidió ser presentada a uno de los comensales que había despertado su interés por su inquietante aspecto. Resultó ser un aristócrata -algo venido a menos- procedente de algún pequeño país báltico, que pretendía poseer dotes de adivinación; de hecho, no era por su título o fortuna sino por tales dotes por las que era conocido y requerido en las veladas de moda. Su especialidad era la quiromancia, esto es, la lectura de las líneas de la mano. Un poco medio en broma, debido a la cantidad de champagne ingerido por todos los presentes, procedió a leer la mano de la gentil artista española. Comenzó la lectura, en francés, augurándole éxito y fortuna, pero en un momento dado cambió al alemán para augurar una muerte pronta y en plena juventud. A su alrededor se hizo un incómodo silencio. Consuelo, con aquel desconcertante talento que poseía para los idiomas, lo entendió todo. Sonrió, le dio las gracias al augur con uno de sus deliciosos mohines y brindó con los presentes por su futura fortuna. Más tarde, en su habitación del hotel, comentaría el incidente con su inseparable Nati: en realidad estaba más afectada de lo que había querido confesar, porque siempre tuvo una cierta tendencia a la superstición y pecaba de crédula. Nunca olvidó este incidente y en el año 1915, cuando ya su enfermedad se había empezado a mostrar en toda su crudeza, lo comentó con todo aquél que quisiera escucharle y lo asumió como una premonición de su cercano fin.

En España, la figura de la clásica gitana que echaba la buenaventura
tuvo cierto predicamento entre los más supersticiosos

Para colmo, poco antes de ser operada, Consuelo tuvo otro de sus avisos premonitorios (o lo que ella consideraba como tales). Estimando prudente poner en orden sus asuntos económicos, acudió con su hermana Petrita a su banco, en la madrileña calle de Alcalá. A la salida coincidieron con la llegada de un coche que se paró frente a ellas y del que descendió una dama de aspecto majestuoso, vestida íntegramente de blanco. Se quedó mirando fijamente, con una vaga sonrisa dibujada en su pálido rostro, a Consuelo; o al menos a ésta le pareció que así lo hacía. Se cruzaron sin mediar palabra y no pasó nada más, pero en la mente de la artista quedó grabada la intensa mirada de la dama de blanco. Estaba convencida de haberse cruzado con la mismísima muerte, cuando seguramente se trataba de una admiradora que había reconocido a la célebre Fornarina.
En sus confidencias y en alguna que otra entrevista, Consuelo decía estar segura de que iba a morir joven. Incluso antes de enfermar, cuando aparentemente nada hacía presagiar su fin, tuvo esa extraña certeza. Podía haber sido una "pose modernista" -lo melancólico y lo fatal estaban de moda-, pero tal pose no concuerda con una personalidad extrovertida y luchadora como la suya. Algo sucedió en su vida, en una época temprana, que le hizo llegar a una conclusión que resultó ser tristemente cierta. Una vez más, sólo podemos especular.

En tiempos anteriores al antibiótico, las enfermedades venéreas
constituyeron un enorme problema sociosanitario

Ya os he hablado de la que yo llamo la "época oscura" de Fornarina. Su incursión en el mundo de la prostitución fue breve y, como era de esperar, no está documentada. Pero sí se sabe que hubo un momento clave en el que una jovencísima Consuelo decidió dejar esta actividad y que, al parecer, fue debido a una grave enfermedad. Es posible que esta enfermedad tuviera consecuencias que arrastrase durante toda su vida y que, bien informada por especialistas, Consuelo supiera que podría tener funestas consecuencias al cabo de los años. Como todo son especulaciones, no entro en los pormenores de lo que sus biógrafos tan sólo han sugerido pero, elegantemente, siempre han evitado detallar.

Los médicos comienzan a insistirle para que sea intervenida. Las crisis le impiden, cada vez más frecuentemente, no sólo trabajar sino hacer incluso una vida medianamente normal. Aún así sigue intentando cumplir con sus contratos, aunque sus "indisposiciones" empiezan a ser motivo de rumores y especulaciones. En una de estas indisposiciones es visitada por Carmen de Burgos, Colombine, que en su columna para El Heraldo de Madrid publica semblanzas de famosas artistas, tanto españolas como extranjeras, entrevistadas en su entorno más íntimo.

Carmen de Burgos, hoy casi olvidada, fue una prolífica escritora
de gran éxito y prestigio a principios del siglo XX

En el caso de Consuelo, convaleciente en cama de una de sus últimas crisis, este entorno no podía ser otro que el de su propio dormitorio. La entrevista, publicada más adelante en su libro "Confidencias de Artistas", deja en Colombine un regusto amargo: la cupletista padece de fuertes dolores, tiene fiebre y está deprimida. En su estado, el diálogo no puede ser fluido y se convierte en poco menos que un lamento. Se aferra al recuerdo de Cadenas como el náufrago a una tabla y trata de restarle importancia, una y otra vez, al esfuerzo realizado en su vida para conseguir convertirse en una artista famosa partiendo prácticamente de la nada. No será ésta su última entrevista, pero sí será la más sincera y conmovedora de todas.

En sus últimas fotografías podía apreciarse
un cierto aumento de peso

Pero, increíblemente, Fornarina se recupera y encuentra las fuerzas suficientes para continuar con su vida profesional. Está contratada en el Apolo, donde hace su tradicional reaparición ante el público madrileño ("la señorita Primavera...") durante los meses de abril y mayo.
Como complemento a obras como "La Nochevieja", "La pandereta, "La niña de las planchas" o "El chico de las Peñuelas" de Arniches, Consuelo presenta su nuevo repertorio, "no tan atrevido como el de antes" compuesto por los que, crítica y público, definen como cuplés más artísticos, delicados y exquisitos. Luce esplendorosos diseños de Paquin, está algo más "gordita" y su belleza sigue teniendo esa cualidad luminosa que siempre le acompañó, aunque el maquillaje no logra atenuar del todo sus ojeras.
Sin embargo, tiene que suspender una función benéfica en el teatro Real y otra en el Gran Teatro a beneficio de la Unión Artística de Varietés. En el Apolo será finalmente sustituida por el ventrílocuo musical ¿Moreno...?, de tan original nombre como multifacética personalidad artística (tocaba el violín, el xilofón, hacía juegos malabares y ejecutaba un espeluznante número con una "cabeza parlante"), y cuya especialidad era ¡la imitación del fonógrafo!... En el mundo de las variedades de 1915, al público no le resultaba extraña la sustitución de una cupletista de estilo francés por un ventrílocuo de inclasificable estilo.

En 1915 la publicidad de ¿Moreno...? se inspiró
directamente en la guerra mundial

El 19 de mayo Fornarina está actuando todavía en el Apolo, e incluso se especula en prensa sobre la posibilidad de una próxima actuación de la cupletista junto a la Sinfónica de Barcelona. Esa noche su estado se agrava y se ve obligada a cancelar sus actuaciones hasta que se recupere, y en esos términos es contratado el ventrílocuo. En realidad ésta será la última actuación de Fornarina, y nada menos que sobre el escenario del mítico teatro, también desaparecido, como ella, en su máximo esplendor.

martes, 21 de junio de 2011

Intermedio: Interior de cupletista


Fornarina en tonos verdes, rubia, reflexiva y algo triste




¿Quién fue, de verdad, Fornarina?

Los que seguís este blog ya sabréis a estas alturas que Fornarina fue una famosa cupletista que alcanzó fama y fortuna a comienzos del siglo XX, pero que detrás de ese alias artístico había sencillamente una mujer, Consuelo Vello Cano, la hija del guardia civil y la lavandera. Había una mujer o había varias, porque no fue la misma la chulona que posaba para postales artísticas y vendía su cuerpo arrastrada por la necesidad, que la artista consagrada a la que regalaban aderezos de diamantes admiradores de toda Europa.
El mundo cambió radicalmente tras la Primera Guerra Mundial
Consuelo fue una mujer que nació en la España de finales del siglo XIX y murió en 1915, en plena Gran Guerra, tras vivir intensamente los ambientes y las modas que conformaron la Belle Époque y sin llegar a conocer los cambios que sobrevendrían tras el armisticio. No conoció la Revolución rusa, ni la dictadura de Primo de Rivera, ni el exilio de Alfonso XIII, ni el advenimiento de la II República española. No vivió los diferentes "ismos" culturales, políticos y sociales que definieron el siglo XX, tan dispares y significativos como el cubismo, el feminismo o el fascismo.


"El fumador" de Juan Gris, con su impactante composición
cubista, era lo más innovador en el panorama artístico de 1913

En muchos sentidos, debido a la temprana muerte que impidió su evolución como persona y como artista, su figura se nos antoja especialmente anticuada y su estilo musical algo arcaico. Sin embargo en su momento fue todo lo moderna que se podía aspirar a ser en la España de la época, y se movió siempre con soltura entre los convencionalismos más rancios y la libertad casi absoluta que su condición de artista le concedía.
Como artista vivió una vida fuera de lo corriente, más libre de ataduras e independiente que la del común de mujeres españolas de 1900 y sin embargo, curiosamente, siempre soñó con alcanzar el estatus más respetable de señora burguesa "como Dios manda". No se diferenciaba en ello del resto de mujeres de su tiempo, para las que formar una familia, tener una estabilidad económica y conseguir un reconocimiento en sociedad eran las metas más comunes, salvo excepciones. En el caso de Consuelo, sus orígenes humildes y su pasado oscuro hacían estas metas aún más deseables y así luchó duramente durante toda su corta vida para conseguir “llegar” a triunfar tanto profesionalmente como en el terreno personal.
Fornarina ¿una superdotada?
Hay un rasgo en la personalidad de Consuelo que resulta muy chocante y que ofrece variadas lecturas: su increíble capacidad de aprendizaje. Podría haberse tratado de una estratagema publicitaria si no fuera por la unanimidad con que es admirativamente confirmada por diferentes fuentes, tanto por parte de sus biógrafos como de sus entrevistadores o incluso por el propio Cadenas. Cuando éste -muy en su papel de Pigmalión- emprendió la labor de pulimentado de Consuelito, se encontró con una mujer muy joven y prácticamente analfabeta, que no hablaba por "no ofender" y que devoraba prácticamente todo aquello que se le recomendaba leer. Fue capaz de aprender lo fundamental de un idioma en un tiempo récord (primero el francés, más tarde el alemán, el portugués y un inglés básico pero suficiente), además de escribir sin faltas de ortografía y saber redactar con soltura y gracia su correspondencia.


Desde que se inaugurara el 12 de octubre de 1912,

el hotel Palace de Madrid fue el favorito de Fornarina


En poco tiempo Consuelo se convirtió en una encantadora criatura capaz de moverse con garbo y seguridad en los mejores salones. Tan preparada para alternar con la alta sociedad en los ambientes más refinados (siempre hubo revoloteando a su alrededor algún que otro aristócrata), como para opinar sobre la última obra de Rubén Darío o para recitar en voz alta algún poema de Lamartine, en francés, bien sûr.
Se trataba sin duda de una mujer joven y ambiciosa dispuesta a toda clase de sacrificios para alcanzar la fama, pero no debía ser fácil estudiar con tanto provecho teniendo una base tan débil y estando sometida a las agotadoras sesiones diarias de los espectáculos de variedades. El misterio persiste: ¿cómo consiguió Fornarina adquirir en tan poco tiempo una cultura más que aceptable partiendo practicamente de la nada?
La Fornarina amiga y compañera
Aunque las apariencias pudieran desmentirlo no fue una mujer ambiciosa y estuvo siempre bien considerada por parte de sus compañeras de tablas, que no tuvieron que temer por parte de ella arranques de diva, comentarios despectivos o maniobras poco honestas en el terreno laboral. Esta regla tuvo sus excepciones: famosos fueron sus encontronazos con la Chelito y su empresaria madre, que por otra parte nunca llegaron más allá de la salida del teatro.
Cuando le pedían su opinión sobre alguna de sus colegas de profesión, la gentil Consuelo contestaba favorablemente o bien con cierta dosis de diplomacia: "no he tenido la ocasión de verla actuar" y "desgraciadamente no he podido ver el espectáculo todavía", eran frases suyas tan socorridas como bienintencionadas.
La gran Raquel Meller, indiscutible como artista,
fue un ejemplo de diva caprichosa e irascible
Debido a su enorme popularidad, Fornarina fue imitada o parodiada en numerosas ocasiones. Otras cantantes que comenzaban interpretaron sus temas más famosos, garantizándose así la asistencia del público a sus primeras actuaciones, como la posteriormente famosa Blanquita Suárez, la mediocre Preciosilla o la pérfida Manón, cuya confesada admiración por Consuelo fue inversamente proporcional al daño que le causara en lo personal.
Blanquita Suárez pasó de tiple a cupletista adaptando
los temas de Fornarina a su propio estilo
Preciosilla fue una declarada admiradora de Fornarina,
a la que "fusiló" alguno de sus temas
La Fornarina artista fue especialmente querida por los transformistas de la época, que no sólo han existido siempre sino que además eran artistas muy bien considerados en la edad de oro de las variedades españolas. Salmar (más tarde Edmond de Bries), Graells y otros, imitaron los ademanes, la voz y el vestuario de Fornarina con mayor o menor acierto pero siempre desde el cariño y la admiración.
Amadeo "Graells" imitó a las más populares
cupletistas de la época, Fornarina incluida
Caricatura de Fornarina aparecida en "El Heraldo de Madrid",
con motivo de una actuación de beneficio en el teatro de la Comedia
Y no imitación sino desternillante parodia fue lo que hizo de Fornarina la insigne comedianta Loreto Prado en el sainete "La brocha gorda". Y Consuelo, lejos de sentirse insultada, no sólo lo encajó positivamente sino que además acudió a ver la función y felicitó a la Prado, con la generosidad y el buen humor que le eran propios... a ambas. Consuelo llegó a tener una sólida amistad con la Prado y su marido, el no menos célebre cómico Enrique Chicote.
Loreto Prado, de extraordinaria vis cómica, desde sus comienzos
comprendió que lo suyo no era la belleza física
Enrique Chicote, marido de Loreto Prado, formó con su mujer
una compañía teatral de enorme popularidad
De sus amistades dentro del gremio se conoce su estrecha relación con la bailarina Amalia Molina. Esta sevillana de grandes ojos negros, otra de las bellezas de la época, fue asimismo conocida por su buen carácter y su afabilidad. Compartió cartel con Fornarina en múltiples ocasiones en sus comienzos y las duras circunstancias por las que tuvieron que pasar las convirtió en amigas incondicionales. En el mundo de las variedades y el cuplé una amistad entre dos artistas de su talla no era cosa frecuente, y no se debía tanto a las rivalidades o los piques como a la falta de contacto que propiciaban las frecuentes giras y cambios de escenario.
Amalia Molina, sevillana pizpireta y talentosa,
fue la mejor amiga de Fornarina
Ya he mencionado en alguna ocasión a Nati, la secretaria, costurera, amiga, confidente y, en fin, "chica para todo", que acompañó a Consuelo durante gran parte de su carrera. La figura de acompañante de cupletista, sobre todo al comienzo de sus carreras, se adjudicaba en muchas ocasiones a la madre, una hermana o una tía que velaban por el buen nombre de la artista y la mantenían a salvo de acosadores, moscones y otras hierbas.


Esta imagen es la única que he encontrado de Nati,
la leal y discreta acompañante de Fornarina

En el caso de Fornarina, habiendo muerto su madre cuando todavía era muy joven y siendo su hermana muy pequeña todavía, este papel fue representado por Nati, de la que apenas se dice nada en las crónicas de la época. Acaso fuera entonces considerada como poco más que una sirvienta o doncella de confianza, figura también muy común en las artistas consagradas y de economía algo desahogada. Pero sin duda era mucho más: hacia el final de la carrera de Consuelo, estando ésta en plena crisis sentimental y profesional, sus caminos se separaron para volver a unirse cuando la cantante enfermó gravemente. Poco sabremos de Nati pero queda clara su lealtad y su afecto por Fornarina.

Gustos y aficiones

En sus entrevistas se evidencia un aspecto de la personalidad de Fornarina que a ella parecía encantarle exponer a la opinión pública en todo momento: la humildad de su forma de vida y la relativa sencillez de sus costumbres, tanto en lo cotidiano como en lo extraordinario.
Siempre que tenía ocasión se fotografiaba para las entrevistas vestida con mandil -eso sí, inmaculado y exquisito-, en poses austeras en el interior de su casa e incluso cocinando. Se declaraba amante del hogar, de las tareas domésticas y de los sabores sencillos. Y era ciertamente lo que hoy llamaríamos una mujer descomplicada, en la que las influencias de la sofisticada Belle Époque de París o la modernista Viena apenas hicieron mella.



Los perfumes de Coty eran los favoritos de Fornarina
y de muchas otras elegantes de la Belle Epoque

Sí le gustaban las joyas, especialmente los diamantes, que consideraba como el resto de sus contemporáneas como una forma de inversión, ahorro y seguridad para el futuro, tanto o más que como lujoso ornamento. Se sabe de su afición por los perfumes de Coty, densos y empolvados, al gusto de su época. No se maquillaba en exceso, como no fuera para sus actuaciones, aunque la decoloración de su abundante cabellera se debía llevar bastante de su tiempo libre.


Sombreros de 1913: en la Belle Époque un sombrero
era extravagante o no era un sombrero

Sus pequeñas vanidades más conocidas fueron algún que otro favorecedor sombrero a la última; abrigos, manguitos o echarpes de armiño o zorro (las pieles de moda); sus elegantes vestidos de gala, incluyendo aquellos que encargaba en París para sus recitales; los sobrios trajes de impecable corte que utilizaba para el día, y poco más. Tuvo durante un corto período coche y mecánico (así se le llamaba por entonces al chófer) con los que salía a pasear por la Castellana a veinte por hora, más por lucimiento que por prisa; esta moda, adoptada por muchas damas elegantes y alguna que otra artista de éxito, no fue del total agrado de Consuelo que no tardó en vender coche y prescindir de mecánico. No fue la más extravagante de las cupletistas, ni se hizo tristemente famosa por sus dispendios. En cuanto a los regalos de sus admiradores, no siendo responsable de ellos, poco pueden decirnos sobre su personalidad como no fuera que siempre fue lo suficientemente agradecida como para no despreciarlos.

Todo un (buen) carácter
De Fornarina no se hablaba nunca mal, ni por parte de la prensa ni por parte de los compañeros de profesión o empresarios. Todos alababan su buen carácter, su simpatía y su falta de ínfulas o su claridad a la hora de reconocer un pasado que, en algunos momentos, tuvo sus episodios sórdidos. En su trato era agradable y sencilla, siempre atenta y amable, lo que comúnmente se conoce como una “buena persona”. También era contradictoria, como toda personalidad que se precie de mínimamente compleja lo puede ser. Por un lado tenía inquietudes intelectuales y, aparte de sus amistades en esos círculos, era ciertamente una voraz lectora de los textos y autores más prestigiosos de su tiempo. Por otro lado era supersticiosa y algo crédula, herencia acaso de sus tiempos de chulapa barriobajera. Considerada con razón como cosmopolita y muy "viajada”, tenía sin embargo prejuicios raciales tal y como demuestran sus comentarios a raíz de su famoso incidente con el joyero judío Lacloche. Podemos decir, en su descargo, que su antisemitismo -del que probablemente no era consciente- no le diferenciaba demasiado del resto de sus contemporáneos.

Fornarina era muy devota de la Virgen de la Paloma

Fornarina tuvo una vida que los biempensantes de entonces podrían considerar como inmoral (cupletista y amancebada), pero estos mismos biempensantes se quedaban perplejos ante sus profundas convicciones en materia religiosa, siendo considerada como persona muy devota incluso para los cánones de la época. Hizo múltiples donaciones para obras de caridad y siempre que se le pidió, trabajó gratuitamente para diferentes causas benéficas. Lo que en otras artistas del género ínfimo significaba un constante "lavado de imagen", algo hipócrita, en ella fue una demostración sincera de sus fuertes convicciones en materia religiosa y social: nunca olvidó las privaciones de su infancia y los obstáculos que tuvo que vencer apenas sin ayuda.


Su sonrisa cautivó a todos los que la conocieron

Fueron famosos rasgos suyos como su sonrisa y su dulce voz. Quienes le vieron actuar o se relacionaron con ella más íntimamente siempre alabaron su forma de pronunciar, su perfecta dicción y su entonación armoniosa. En las entrevistas, si limpiamos el exceso de corrección de estilo de la prensa de la época, se nos aparece una Consuelo cercana, coloquial, cómplice del entrevistador y del lector, que nos cuenta las cosas con sencillez pero al mismo tiempo cuidando las formas. Tenía grandes dotes para la comunicación y casi nunca dio "puntada sin hilo", siendo en sus declaraciones a la prensa tan cuidadosa como sincera: lo que no se dice no existe y lo que se cuenta, siempre es por algo...
Sin embargo, este buen carácter ocultaba un temperamento apasionado y, en algunas ocasiones, volcánico. De ello dan muestra sus enfrentamientos con el público. Durante toda su carrera, desde los comienzos en salas de género ínfimo hasta prácticamente el final, en teatros de más categoría, tuvo encontronazos con los espectadores que la prensa oportunamente difundía y de los que se hablaba durante mucho tiempo. Bien es verdad que el respetable de entonces no mantenía con los artistas el alejamiento correcto y casi temeroso de hoy en día. Un público enfervorizado aplaudía, vitoreaba y hasta llevaba en volandas a sus ídolos si el espectáculo era de su agrado. Este mismo público reaccionaba con insultos, sonados pateos o inmundos proyectiles si lo que se le ofrecía no colmaba sus expectativas. Por su parte los artistas, sobre todo las cupletistas del género ínfimo, no se callaban ni debajo del agua y respondían con todo su arsenal disponible a las reacciones más agresivas. Todo muy visceral, muy básico, como si de alguna manera artista y público formaran parte de una gran familia, personajes de una tragicomedia cotidiana, las dos caras de una misma moneda.
Fornarina, ya hemos visto, no se paraba precisamente a reflexionar si tenía que lanzar melones a admiradores insolentes o hacer finísimos cortes de mangas a un público que pedía más allá de lo que ella quería ofrecerles. No era la única: en el género ínfimo muchas de sus colegas se las vieron y se las desearon con señores de testosterona soliviantada que pedían más carne en el atuendo, más contoneos en los movimientos y más malicia en las interpretaciones.

Fornarina y el amor de su vida

También en su vida sentimental podemos ver, aunque hay que afinar algo más para conseguirlo, a una Consuelo temperamental y bravía que hacía lo que le daba la gana. Se cree que tuvo numerosos amantes o admiradores “predilectos”, como el poeta Enrique Amado o su protector anónimo de los últimos años, pero siempre sostuvo ante íntimos y extraños que el amor de su vida había sido José Juan Cadenas. Y si bien es cierto que no se le conoce relación oficial más que esta, no es menos cierto que vivieron separados durante largos periodos, que su relación era intermitente y que ambos olvidaban con frecuencia el lazo que al otro le unía.

Cadenas en su juventud, con sus imponentes bigotes, sus ojos soñadores
y su melena romántica, hacía estragos entre las damas

Cadenas, al que Álvaro Retana llamaba “el mosquetero” por su bigote y su tendencia a las aventuras (no precisamente de capa y espada), era tan profesional y responsable en el terreno laboral como picaflor e inestable en el sentimental, al menos en esta época de su vida. Vamos, que le gustaban las señoras, y en sus actividades lo tenía fácil ya que viajes y "artisteo" eran –y siguen siendo- campos abonados para el flirt. Sin embargo Fornarina, a su manera, le fue fiel y leal a Cadenas hasta el fin. Siempre manifestó ser mujer de un solo amor, de un solo hombre, por otra parte uno de los principales tópicos de la feminidad en todas las épocas y culturas.
Su agitada relación se mantuvo a pesar de todo durante más de diez años. No se tiene constancia de que tuvieran hijos, aunque probablemente Consuelo no era fértil a causa de alguna patología de la que ya os hablaré más adelante. No sabemos si, de haber sido padres, se hubieran llegado a casar. Ambos eran solteros pero José Juan no debió llegar a pedir en matrimonio a Consuelo o quién sabe si ésta, “casada con su arte”, no quiso comprometerse hasta tal punto. Su supuesto noviazgo no era más que la tapadera de su convivencia sin papeles ni bendiciones. A ella le gustaba contar la vida sencilla que llevaba con Pepe -como familiarmente le llamaba- y que tanto en París como en Madrid vivían en un piso pequeño, modestamente, en el que ella misma se ocupaba de hacer la compra, cocinar y otras tareas domésticas.
Una pensativa Manón, en pose clásica, captada
en pleno ensueño modernista

Que Cadenas se comportó en estos últimos años como un canalla es una lectura demasiado fácil de una historia de la que sólo conocen la verdad sus dos protagonistas. Seguramente Fornarina idealizó a José Juan y su sumisión total fuera, a la larga, más una carga para él que una demostración de amor y agradecimiento. Especialmente cuando ya había surgido en la vida de Cadenas la otra Consuelo: Consuelo Torres "Manón", madre soltera, diseuse aspirante a actriz de alta comedia, mujer de aspecto delicado y espiritual pero de férrea ambición, en definitiva con una personalidad muy diferente a la de Fornarina.

Una mala racha la tiene cualquiera
Si algo caracterizó la personalidad de Fornarina fue su voluntariosa decisión por trascender, por dejar atrás su duro pasado y hacerse un nombre que perdurara en el tiempo, otorgándole fama, consideración social, admiración, fortuna y un amor duradero. Luchó durante toda su corta vida para conseguirlo todo y casi todo obtuvo, excepto el amor. Si no hubiera fallecido con treinta y un años, quién sabe qué le hubiera acontecido en ese terreno, con su Pepe o con otro. Pero el caso es que tras la ruptura con Cadenas Consuelo pasó una época triste y negativa que, para colmo, se solapó con el agravamiento de su enfermedad y el comienzo de la Gran Guerra.

Carmen de Burgos "Colombine", periodista y escritora,
fue pionera del feminismo español

Cuando Colombine -seudónimo periodístico de Carmen de Burgos- le hizo una entrevista a Fornarina en su hotelito, postrada en cama convalenciente de su última crisis y todavía febril, quedó impresionada por la sencillez de la cupletista y el genuino dolor que destilaban sus palabras. Fue la última entrevista que le hicieron y en ella le envió un velado mensaje de amor y auxilio a Cadenas, declarando su amor incondicional y eterno por el hombre que todo lo significó en su vida y sin el que se sentía perdida. Consiguió con sus palabras y su vulnerabilidad conmover a Colombine, escritora brillante y comprometida, periodista aventurera y prototipo de mujer independiente, a la vanguardia del feminismo más combatiente que pudiera ser posible en la España de 1915. Para una mujer como ella la postura de Fornarina era precisamente aquella contra la que había que luchar: la mujer sumisa que no sabe ver sus propios valores, eclipsados por los del hombre omnipotente y omnipresente, la figura masculina sin la que una mujer, incluso una tan inteligente, hermosa y triunfadora como ella, pasa a segundo plano y no tiene auténtico sentido.

Lo demás es silencio

Si hemos de hacer caso a las declaraciones de alguno de sus amigos o conocidos de los últimos años, hubo también una Fornarina opiómana de lánguidas posturas y ojos entornados, que sin embargo siguió actuando en los escenarios con normalidad prácticamente hasta el fin. Su enfermedad debió causarle grandes dolores durante al menos el ultimo año de su vida. En casos así todos haríamos cualquier cosa para paliar el dolor, más si tenemos en cuenta que la medicina de la época no ofrecía gran variedad de remedios analgésicos y éstos estaban en muchas ocasiones basados en derivados del opio.
Una lánguida Fornarina, en pose relajada y actitud risueña
Si Fornarina le dio al láudano con soltura y apremio o si fue algo esporádico y casi anecdótico, nada sabemos con certeza ni probablemente lo sabremos jamás. Forma parte de esa intimidad que Consuelo se llevó a la tumba, de los secretos que fueron enterrados con ella bajo ese ángel de Benlliure que, por algo será, pide silencio a todo aquel que allí se acerca.
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