La Fornarina y otras cupletistas que marcaron una época

La Fornarina y otras cupletistas que marcaron una época: mujeres ayer admiradas, hoy olvidadas

jueves, 30 de diciembre de 2010

Intermedio: Incidente en el coche-cama

"... el elegantísimo Sud Express de la
compañía de Wagons-Lits"

Dos figuras de mujer se apresuran por el andén de la estación, seguidas por el mozo que porta el equipaje. Doña Benita Barranco, señora de Trijueque y su doncella Angustias Olmedillo corren por el andén de la estación de Mediodía como almas llevadas por el diablo de las prisas. Son las dos menos veinte de la tarde de un mes de junio madrileño del año del Señor de 1908. Bajo el techo acristalado de la estación, el tórrido calor hace creer a doña Benita que, con poco empeño que se pusiera, en este mismo lugar de la llanura castellana podrían desarrollarse fácilmente especies tropicales, de esas que resisten las temperaturas más disparatadas. Pero para disparate, tal pensamiento, se dice doña Benita. Ya en la cincuentena, más que oronda aunque afinada por férreo corsé, lleva el sombrero ladeado, la pluma torcida y no hace más que abanicarse con un ejemplar de "La Esfera" que acaba de comprar en el kiosko de la ronda de Atocha.
"Bajo el techo acristalado de la estación..."

La pobre Angustias, en honor a su nombre, portando las sombrereras que su señora sólo a ella confía, lucha con los bultos, el calor, las enaguas, las prisas y los requiebros que el mozo le lanza por detrás. A sus dieciséis años sabe ya cómo poner en su lugar a estos pollos y le saca la lengua con descaro cuando el mozo le mienta sus "tobillos torneados".
Un majestuoso tren aguarda a señora y criada, envuelto en vapor y carbonilla. Nada más y nada menos que el elegantísimo Sud Express de la compañía Wagons-Lits. Ha llegado de Lisboa y recoge en Madrid a los pasajeros que han podido permitirse el lujo de pagarse el billete a París. Y a París van, precisamente, en suntuoso departamento de dos plazas, doña Benita y Angustias en tan selecto tren. Si es que no lo pierden.

" ... los pasajeros que han podido permitirse el lujo
de pagarse el billete a París."

Al fin, llegan y suben, con mozo incluido. El revisor, con untuosa amabilidad de empleado ferroviario fino, les conduce a su departamento. Despiden al mozo ofreciéndole, doña Benita, dos reales y la acalorada Angustias, una mirada asesina. En las apreturas de la subida no ha podido librarse de un pellizco de los de "no te menees".
En ese mismo momento el tren comienza a moverse. El mozo sale corriendo y salta ágilmente al andén. Doña Benita y Angustias se sientan, mejor dicho, se desploman sobre los asientos. Se acabó, misión cumplida, ya están camino de París donde el marido de doña Benita, el insigne general Trijueque, aguarda a su mujer impaciente y aburridísimo, el pobre.

"Están rodeadas de maderas nobles, espejos,
cristales biselados..."

Después de descansar y refrescarse convenientemente, no en vano disponen de completísimos aseos, se dirigen a las seis al vagón restaurante para cenar. Están rodeadas de maderas nobles, espejos, cristales biselados y volutas modernistas, cómodamente sentadas sobre mullida tapicería de terciopelo. Tras la cena, digna del gourmet más exquisito, las dos mujeres regresan a su departamento y, una vez en él y mientras se cambian para dormir un sueño reparador aunque algo traqueteante, doña Benita recuerda algo que su doncella mencionó durante la cena.
-¿Y qué dijiste en la cena que le pasó a la Fornarina en un coche-cama?
-Pues señora, que tuvo un susto de muchísimo cuidao.
-Ay, hija, no me asustes que ya sabes que soy algo aprensiva...
-Quiá señora, no se apure, que lo que a ella le sucedió no creo que a usté le pase nunca.
Doña Benita mira a su doncella algo mosqueada, mientras ésta le afloja el corsé. Y Angustias continúa su relato, sin hacer caso de la reacción de su señora:
-Pues verá, fue este año o, no sé, acaso el año pasao, bueno, no sé, qué más da, pero es el caso que la Fornarina marchó a Budapés desde París en un departamento para dos, talmente como este nuestro. En París había tenido un gran suceso, como siempre, y por lo visto un rico yanqui, de esos del petróleo, cayó rendido admirador suyo en cuantito la vio actuar en el teatro. Y este endividuo, que era riquísmo, intentó conseguir los favores de la Fornarina pero ésta, mu digna y mu chula, le dijo que nones, que ella no era una cupletista cualisquiera.
-¡Qué barbaridad! Estos americanos se creen que pueden comprarlo todo, y donde esté la honra de una mujer española decente...
-Pero señora, si mismamente ayer decía usté que las cupletistas son todas unas indinas...
-¡Todas, menos la Fornarina! Sigue, hija, sigue con la historia.
-Bueno, pues fue el caso que el fulano se quedó con un palmo de narices y la Fornarina como que se olvidó del indecente.
-Querrás decir del incidente, Angustias, que a veces eres muy burra.
-Sí señora, incidente aunque también indecente ¿no? Bueno, pues ya me lo dirá usté cuando se acabe la historia. El caso es que Fornarina iba en un coche-cama como este, quién sabe señora si en el mismo departamento en el que estamos nosotras. Y entra y se acomoda, pensando que el viaje lo va a hacer sola.
-¿Pero es que viajaba sola?
-Sí, señora. Estas artistas son mujeres muy viajás, que no le temen a nada y se las saben todas. Y además, pa colmo, la Fornarina es de mi barrio y no vea usté cómo nos las gastamos allí las muchachas, que más nos vale espabilarnos desde bien pronto que si no, viene el gato y hace ¡miau!
-A ver si te centras, Angustias, y me cuentas de una vez lo que pasó.
-Como usté mande: pues resulta que, a la que estaban llegando a Budapés, va y se para el tren en una estación y en esa estación pasa lo que en todas, que hay gente que se baja y hay otra que se sube. Y está Fornarina tan tranquila en su cama, cuando al rato alguien llama a la puerta del departamento, y a continuación entra una dama, mu alta y mu tiesa. Y la tal dama venía cubierta por un espeso velo oscuro, que le llegaba casi hasta los mismísimos pies. Y no sólo eso, sino que además no decía ni pío y cuando la Fornarina le dijo que "buenas noches" la otra de la contestó. Y cuando la Fornarina se presentó y le dijo yo soy tal y cual, la otra no replicó ni en ningún momento se presentó, ni dijo "esta boca es mía", aunque sí que inclinó la cabeza. Así que entre el velo y el silencio, la tal dama más parecía una fantasma que una persona humana de carne y hueso.

A estas alturas de la narración doña Benita, sentada en la cama y con el camisón ya puesto, y mientras su doncella le cepilla el pelo, tiene los ojos muy abiertos y cierto gesto de aprensión. Las cosas de aparecidos nunca le han gustado nada, pero lo que se dice nada de nada. Vamos, que ni siquiera ha sido capaz de leer las leyendas de Bécquer y mira que a ella le gusta Bécquer. Pero Angustias, absorta en su tarea diaria de los cincuenta cepillados nocturnos, no es consciente de los temores de su señora y continúa su relato.
-El caso es que la dama velada sale del departamento, se ensupone que para ponerse camisón y bata en un aseo, y la Fornarina, confiá, apaga la luz y se mete otra vez en la cama. Pasa un rato y la otra regresa, pero no enciende la luz y entra a oscuras. Al otro lado de la ventanilla, ante los ojos de la Fornarina el paisaje de los prados de Francia pasa veloz y borroso, bajo la luz de una luna espectral y casi inexistente.
-Yo es que no sé si eres muy lista o es que eres muy tonta. De dónde sacarás esa manera de hablar, Angustias, hija mía, hay momentos que me das miedo.
-Señora, esto es de "Los misterios de París" del Sué ese, aunque en el folletín no era un tren sino una mansión abandonada donde la pobre...
-¡Angustias! Sigue, que me estás volviendo loca. Deja el folletín y regresa a la historia de la Fornarina.
-Sí, señora, sí, aunque también esto es como un folletín. Porque, verá usté, cuando ya la Fornarina empezaba a quedarse dormida, va y nota como un peso sobre ella, y unas manos como ansiosas y un aliento, así, mismamente en su cara. Y una voz jadeante y grave que, hablando en un idioma raro, le dice cosas que yo aquí no repito porque son cosas que se ensupone que yo no las conozco entavía.
-¿Y cómo sabes tú lo que le decía si hablaba en un idioma raro?
-Porque en esos momentos lo que se dice es igual ens los idiomas, o por lo menos eso dice la Blasa, la portera, que ha tenido dos maridos ya y lo que no sepa ésa...
-¿Ves cómo a veces no sé si eres muy tonta o muy lista? Anda, sigue, sigue.
-Pues eso, que la dama fantasma se había convertido talmente en hombre o más bien en pulpo, allí, sobre la espantada Fornarina, y parecía que de todas partes le salían brazos y manos y otra cosa que también se ensupone que no he visto entavía.
-¡Santísima Virgen del Consuelo! ¡Qué horror!¡Qué infamia!
-Sí, señora, sí, una ufamia tan grande como la mismísima torre Infiel. Porque la dama fantasma no era otra que ... ¡el riquísimo yanqui! Y Fornarina, que se da cuenta, consigue librarse de su agresor y, en asomándose al pasillo toca el timbre de alarma mientras llama a voces al revisor y a quién pueda oírla, diciendo: "¡Socorro, auxilio, que alguien me ayude!" Y esto en tres idiomas, que tié mérito: español, francés y portugués, porque la Fornarina ya sabe usté que es polidiota.
-Políglota, Angustias, políglota. Pero sigue, sigue.
-Alertaos por tales gritos acuden el revisor y otros pasajeros, y llegan a tiempo para intercetar al endividuo que, ya sin velos negros y en realidad casi en cueros, resulta ser, como le dije, el yanqui millonario. A estas alturas ya han llegao unos vigilantes de seguridá de los que siempre viajan en estos trenes y se hacen cargo del americano. La Fornarina, pobre, cuenta su historia mientras bebe a sorbitos un agua de azahar que una camarera le ha traído. Al fin se tranquiliza y regresa a su compartimento. Por supuesto que no pega ojo en tó el resto de la noche, aunque el revisor se queda haciendo guardia para que la infeliz se sienta más protegida. Pero, en fin, el lance ha sido mu desagradable y de una gravedad de tal manitud, que en cuanto llegan a Budapés, bajan esposao al yanqui y la Fornarina, ésta sin esposar, se ensupone. Y tie que poner una denuncia en delegación o lo que tengan los húngaros, porque esto es algo mu grave, lo que ha pasao. Así se va desenredando la madeja de la historia y se entera de cómo el tal se hizo pasar por una cual y, seguramente a base de dólares, consiguió ser su "compañera" de viaje para poder conseguir sus ruines fines y calmar así sus perversos instintos de rufián.
-¿Y qué fue de él? Porque una cosa así no puede quedar impune.
-Pues me da a mi que sí, que impune quedó, porque no ha vuelto a saberse más nada del yanqui que tié buenos abogaos y para algo le habrán servido los dólares, digo yo.
-¿Y Fornarina?
-Pues como pasó, en quedó. Ahora lo cuenta como una nédota, y aquí paz y después gloria. Eso sí, ya no ha vuelto a viajar sola y la acompaña siempre una amiga o doncella, al igual que yo la acompaño a usté, señora.
Doña Benita, metiéndose en la cama, suspira tranquilizada.
-Pues sí, Angustias, ciertamente soy afortunada de tenerte. Así ningún desaprensivo podrá insultar mi candor y mancillar mi honra.
-Si es por eso, no se preocupe usté, señora, que me da a mi que está usté mu lejos de que le pase lo que a la Fornarina.
Doña Benita observa, bastante escamada, a su doncella y le espeta:
-¿Y puede saberse por qué a mi no me va a pasar lo mismo que a la Fornarina?
Y Angustias, tranquilamente, mientras dobla con cuidado la ropa de su señora, le contesta con sutil guasa:
-Pues porque va usté conmigo, señora, porque va usté conmigo...

jueves, 9 de diciembre de 2010

LA FORNARINA VIII: La conquista de Europa

París durante la Exposición Universal de 1900,
la capital del mundo

Como ya os he contado, tras su enorme éxito en el Apollo de París Fornarina fue fichada por la agencia artística más prestigiosa de aquella época, la de Monsieur Marinelli. Este avispado agente y empresario representó a las más ilustres figuras de variedades de la Belle Époque. Consiguió para Fornarina actuaciones en diversos teatros y music-halls parisinos, tan conocidos como el Folies Bergère, Olimpia, Parisiana o el Ambassadeurs.
Fachada del Folies Bergère a finales del XIX

Consuelo se instala en París, como prueba el hecho de que figurara como su dirección el número 49 de la rue Godot de Mauroy de la capital francesa(1), a efectos de su inclusión en las listas de la Asociación de Artistas de Variedades de España. Esta dirección, acaso un apartamento alquilado por ella y Cadenas, acaso la sede de la agencia Marinelli, se encontraba muy cerca del teatro Olimpia, de la Opera Garnier (la seria) y de La Madeleine.

Fornarina, Cadenas y Quinito, un trío de muchísimo cuidado,
preparándose para la conquista de París

La relación con José Juan sigue teniendo sus altibajos. En su calidad de corresponsal de ABC, Cadenas viaja por toda Europa durante estos años, enviando reportajes desde Roma, Berlín, Viena y otras capitales europeas, siendo excepcional testigo del final de la Belle Époque y de la decadencia de los antiguos regímenes. La Gran Guerra -nombre por el que se conoció la Primera Guerra Mundial hasta que acaeció la Segunda- se cernía ya sobre el continente europeo dando vagas pero incontestables señales de vida o, mejor dicho, de muerte. Mientras tanto, unos años antes de convertirse en corresponsal de guerra, Cadenas envía al ABC crónicas de todo tipo, la mayoría de ellas sobre los políticos y las monarquías, otras sobre la vida cultural e, incluso, sobre moda. Acaso las más curiosas de estas crónicas fueron las que protagonizaba un tal Don Procopio, español de Zaragoza por más señas. Este personaje ficticio, una especie de prototipo del españolito de posibles, vive en la Ciudad Luz toda clase de aventuras y desventuras, más de estas últimas que de las primeras debido a su afán conquistador y a su actitud de "todo vale" en la supuestamente pecaminosa ciudad de París.

El París de 1907, amplias avenidas y espíritu abierto

Entre 1907 y 1910, año en el que regresaría a España en olor de multitudes, Fornarina tendrá en París su centro de operaciones, desde el que se trasladará para sus diversas actuaciones por toda Europa: salas y teatros como el Alhambra de Londres, el Palais Soleil de Montecarlo, el Folies Bergère y el Apollo de Berlín, el Kursaal de Lucerna, así como en Viena, Hamburgo, Leipzig, Budapest, San Petersburgo, Copenhague, Suecia, Noruega, ... y en su Madrid del alma, of course.

Fornarina promocionando su debut en Lucerna:
la imagen es delicada, casi virginal

Todo los viajes continentales los hacía Fornarina, como es de suponer, en tren. Los de largo recorrido en los cómodos y coquetos wagon-lits , y los más cortos en primera clase, que para algo su caché era ya de 2.000 francos, toda una fortuna. Precisamente en uno de estos viajes en coche-cama le ocurrió a Fornarina una curiosa aunque algo terrorífica anécdota, por mor de un admirador. La contaré en un Intermedio, se lo merece.

Los wagons-lits llegaron a servir de argumento en espectáculos
teatrales, no es de extrañar si todos eran como éste ...

Todas las primaveras, "como las golondrinas", estuviera o no actuando en el extranjero, Fornarina regresaba a Madrid. Contaba en las terrazas de París a quien la quisiera escuchar y con su peculiar acento de gommeuse madrileña, que necesitaba volver a su tierra periódicamente, lo necesitaba para vivir, para poder seguir disfrutando de su fama, como se necesita respirar o la luz del sol. No perdonaba estas actuaciones, estuviera donde estuviese, la reclamaran de donde la reclamasen.

Consuelo ensayando con Quinito,
antes de su debut en el Olimpia

El autor de su repertorio junto con Cadenas, Quinito Valverde, crea para ella sonados éxitos, algunos de ellos adaptaciones de couplets franceses o alemanes, otros originales como "El Polichinela", que Fornarina canta en francés y allí se llama "La Polichinette" o el famosísimo y españolísimo "Clavelitos", que será uno de los temas más solicitados por el público internacional.

Fornarina con peineta y mantilla,
a lo Carmen de Mérimée (o de Bizet)

Fornarina en el número de "La Polichinette",
actuando en la
"Gran Revue" del Olimpia

Su repertorio, en español y francés, es más recatado, más dulce, más delicado que el de sus comienzos. Cuando tiene que ser picante subraya con gestos atrevidos pero al mismo tiempo elegantes el mensaje de la canción. Puede ser de una gran discreción, casi rayana en la timidez o subrayar la melancolía de alguno de sus temas con unas oportunas lágrimas. Es ya toda una artista del cuplé, y convierte cada una de sus canciones en toda una pequeña historia emocionante, conmovedora, alegre o excitante. Sus toilettes son deslumbrantes, abandonando el uniforme de cupletista por esmerados atuendos confeccionados en los mejores talleres parisinos para espectáculos, como el del modisto Pascaud.

Fornarina vestida por Pascaud

Y entre actuación y actuación su vida en París fue tan maravillosa como podríamos imaginar. Además de su colaboración artística, Quinito y Consuelo son grandes amigos y junto a José Juan Cadenas -a menudo en su ausencia-, recorrían los bulevares y cafés parisinos. Alternaban con otros artistas del espectáculo tanto franceses como con compatriotas españoles o de otras nacionalidades. París los acogía a todos, para todos tenía un público expectante, ansioso de novedades y muy entendido que, en contrapartida, no a todos coronaba con los laureles de la fama.

Quinito y Consuelo en París con un grupo
de artistas españoles en 1910

Era el París de las grandes figuras del music-hall y de los espectáculos de cabaret, con mayores medios y tradición que en España y un tono bastante más atrevido. Estrellas cuya luz ha llegado hasta nosotros como la incombustible Mistinguett, la mítica Yvette Guilbert, un principiante Maurice Chevalier, la exótica y muy original Polaire(2) y su amiga, la célebre escritora Colette, entre muchos otros.

Yvette Guilbert fue musa de Tolouse-Lautrec y tuvo una
larga carrera, llegando a actuar en España

Mistinguett, el mito indiscutible de las variedades en París,
fue la primera artista en asegurar sus piernas
Polaire fue la estrella del cabaret parisino.
Su cintura estrechísima,
casi imposible,
le hizo muy famosa al principio de su carrera

Pero para célebres las extraordinarias cocottes y demi-mondaines de la Belle Époque. En 1907, cuando Consuelito llega a París, algunas de ellas debido a su edad están ya en franca retirada, pero hay otras aún esplendorosas, rodeadas todas ellas de un aura de belleza y estilo, lo que hoy en día llamaríamos glamour.

La Bella Otero: guapa, gallega y jugadora

Algunas de aquellas mujeres fueron: La Bella Otero, Tórtola Valencia, La Tortajada, españolas las tres, la italiana Lina Cavaliéri, la holandesa Mata-Hari, las francesas Lian de Pougy, Emilienne d'Alençon, Cleo de Mérode o Loïe Fuller. Cantantes, bailarinas o diseusses de gran o escaso talento, todas hermosas como diosas, adornadas con fabulosas joyas, rodeadas de admiradores, caprichosas, atrevidas, originales y modernísimas a la manera de su tiempo. Mimadas criaturas del mal, adoradas como diosas paganas, seguidoras de algún que otro vicio, causantes de casi todos ellos ...

Mata Hari haciendo strip-tease.
Esto en España no se veía ...

Tan sólo en la época dorada de Hollywood surgiría otro grupo de deslumbrantes estrellas que pudiera competir en encanto y glamour con aquellas irrepetibles criaturas de la bella época. Flores únicas, de rara y espectacular belleza, los vientos terribles de la guerra las deshojó a casi todas, cuando los gustos del público -y de los hombres- cambiaron radicalmente.

Y en este París, en esta Europa extraordinaria anterior a la Gran Guerra, Fornarina vive su momento más dulce y, por qué no decirlo, el más lucrativo. A sus veintipocos años ya está empezando a planificar, como por otra parte hacen todas sus compañeras del cuplé, una retirada de lujo a través de las joyas, el hotelito, los bienes inmuebles, los depósitos, intereses, acciones y todo lo que sirva para darle seguridad a una mujer como ella: la hija de la calle hoy encumbrada que sabe que tarde o temprano en la calle terminará, si antes no sabe asegurarse el porvenir.

(1) La calle sigue existiendo, no así el número. Es ya la segunda vez que nos sucede en la historia de Fornarina y aún falta una tercera.
(2) De Polaire tenéis un enlace en este blog en las imágenes laterales. Entrad, merece la pena conocer a esta inimitable artista.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Intermedio: La tragedia del cuplé

Prólogo:

La biografía de las cupletistas es tan variada como lo puede ser la de un colectivo formado por cientos de mujeres de procedencias, circunstancias y desenlaces de lo más diverso.
Refiriéndonos a Fornarina se da el caso de una procedencia humilde, una circunstancia de gran éxito y un desenlace trágico, debido a su temprana muerte.
Con estos tres ingredientes se forma un mito. Con tan sólo uno de ellos, una historia al menos digna de ser contada.

La tragedia del cuplé o cómo la realidad supera a las letras de las canciones, por muy tremendas que sean
Teresita Conesa, destino trágico de cupletista
Teresita Conesa murió asesinada, con tan sólo dieciséis años, la madrugada del 28 de febrero de 1906. Formaba parte de las duetistas Hermanas Conesa, junto con su hermana pequeña María, de catorce años. Actuaban en el Edén Concert, popular café cantante de Barcelona con entrada por la calle Conde de Asalto.
Las Soeurs Surger, hermanas francesas
a la manera cupletista
Durante los años dorados de la época del cuplé las parejas de hermanas -auténticas o simuladas- tuvieron cierto predicamento en el mundillo del varietés. Dos señoritas, muchas veces niñas todavía, que interpretaban cuplés con su poquito de baile, su dosis justa de picardía y, ante todo, una belleza esplendorosamente juvenil y aparentemente cándida. Luciendo el mismo atuendo, a la manera cupletista o en números en los que una de ellas hacía de chico con entallado pantaloncito incluido, no es de extrañar que al público masculino mayoritario en aquellos espectáculos le enloquecieran estos números que, de una manera sutil, encarnaban en sus mentes la fantasía erótica del trío.
Dentro de esta categoría artística las Hermanas Conesa no dejaban de ser unas de tantas. De ellas no han llegado demasiados documentos gráficos ni existe suficiente documentación sobre sus actuaciones. No es raro, ya que por su edad debían llevar muy poco tiempo actuando cuando sucedió la tragedia.
Al parecer Teresita (la llamaremos con diminutivo, ya que siempre fue así conocida) empezó como costurera en un taller barcelonés teniendo de compañera a la mismísima Raquel Meller, por entonces aún Paquita Marqués. Ninguna de las dos era famosa todavía pero, aficionadas como eran al mundillo de los teatros de variedades, se escapaban juntas para ver los espectáculos si podían pagar la entrada o al menos acudiendo a la salida de artistas para ver a sus "ídolas". Primero fue contratada Teresita, que era guapa y sabía bailar bastante bien, y que más tarde arrastraría a su hermana pequeña, también muy mona y graciosa, para formar pareja artística. Posteriormente sería Paquita la que comenzaría su carrera artística como "La Bella Raquel", aburrida, tal y como ella contaba, de estar "dale que le das a la aguja todo el día, y luego a casa".
La Bella Raquel, retratada por Sorolla
En el Edén Concert compartía cartel con las Hermanas Conesa una cupletista de mediano éxito y mediana edad llamada La Czarina, en el mundo Manolita González Muñoz. A Manolita le acompañaba habitualmente su madre, algo que era bastante común en la vida y costumbres de las cupletistas, además de un hermano de nombre Benedicto, algo acaso no tan común. Ni lo del nombre ni lo del hermano acompañante...
Al parecer a La Czarina le llevaban los demonios de los celos y la envidia cada vez que veía a las hermanas, especialmente a Teresita. Eran celos artísticos o acaso también de los otros, porque por lo visto de todo hubo. Según cuentan Manolita envidiaba la belleza y la juventud que le sobraban a Teresita tanto como a ella empezaban a mermarle. Se rumoreó sobre algún sujeto u objeto de amores, o más prosaicamente un mero procurador de lujos y caprichos que ambas artistas se disputaban. Acaso el rumor más insidioso fuera el de que el tal sujeto no era otro que el hermano de Manolita, el ínclito Benedicto, un pollo medio chulo, medio agente de su hermana y cuya única profesión conocida era la de guapo.
La Czarina, cupletista con pandereta
La noche del 27 de febrero de 1906 y tras una actuación de las hermanas que no fue demasiado aplaudida, La Czarina se dirigió a Teresita con un despectivo: "¡Qué ovación, mujer!", pretendiendo ponerle en ridículo delante del público.
Teresita que aunque era muy joven tenía ya muchas tablas y una lengua muy afilada, le soltó algo así como: "Es que mis amigos no aplauden como los tuyos, porque yo no soy tan (pongamos complaciente) como tú". Y ahora sí que el público aplaudió con ganas la actuación de Teresita, agradeciendo a ambas cupletistas el número tragicómico que les estaban ofreciendo.
La Czarina, enrabietada, abandonó el escenario para informar de lo sucedido a su madre, que por allí andaba, pidiéndole que buscara a su protector hermano. La madre, hecha una furia (entendiendo que la furia supera a la rabia) se fue a por su hijo, el guapo Benedicto, que también andaba por allí. Tras contarle lo sucedido con su hermana, aumentando el agravio con datos de su propia cosecha, sentenció: "¡Si eres hombre, mátala!". El tipo, de pocas luces, básico, violento e influenciable, llevado acaso también por oscuros motivos más personales, salió al escenario tirando de navaja y asestó a la desprevenida Teresita varias puñaladas, dos de ellas muy graves: una en el hombro y otra en la espalda. Completamente fuera de sí, hirió a varios espectadores que se interpusieron y no paró de lanzar navajazos a diestro y siniestro hasta que un policía -seguramente de los que hacían guardia en las salas de espectáculos- consiguió apoderarse de la navaja y detener al agresor.

Las Hermanas Conesa en una postal de la época.
Teresita es la de la izquierda
Pero ya era demasiado tarde. Tal y como lo narró años después Raquel Meller, Teresita agonizaba desangrada a los pies del tablado con su traje en tonos amarillos y encarnados cada vez menos amarillo. La Meller cuenta cómo se despidió de su amiga, abrazándola y besando en la frente a una Teresita "pálida, muy pálida y muy abiertos los ojos" manchándose con su sangre, y cómo, cuando llegó a su casa, su madre se horrorizó al ver su "faldita de percal toda ensangrentada".
No podemos considerar a la Meller como un testigo demasiado fiable ya que, aunque pálida y con los ojos muy abiertos, Teresita fue trasladada a la Casa de Socorro donde, tras unos primeros momentos críticos, fue estabilizada y trasladada a su domicilio al considerar los facultativos que su estado no era ya tan grave.
La paradoja de la muerte en plena juventud:
el desgarro de la belleza desperdiciada
Esa misma madrugada Teresita murió. Es posible que la medicina de la época no pudiera haber hecho nada por ella y su traslado a domicilio fuese debido precisamente a su condición de desahuciada. Es posible también que la atrasada medicina de la época aún no tuviera los medios suficientes para ver la gravedad de la malhadada cupletista y haberle podido salvar la vida. Cualquier cosa es posible, pero solo una es cierta: Teresita murió con dieciséis años, víctima de la brutalidad, la sinrazón y la ignorancia.

El día 1 de marzo de 1906 Teresita fue enterrada. Asistieron al entierro sus compañeras del Edén Concert, amigos y familiares. Entre ellos su hermana pequeña, María, lloraba en silencio y parecía estar sumida en no se sabe qué vagos pensamientos. Testigo de la brutal muerte de su hermana siendo aún una niña, afectada por la pena, el horror y el miedo, acaso tomó entonces la decisión que cambiaría su vida.

Los espectadores heridos evolucionaron favorablemente. Benedicto y su madre fueron juzgados por el asesinato, pidiendo el fiscal pena de muerte para el asesino y catorce años de prisión para la madre, considerada como inductora. No poseo información sobre cual fue la condena final, eran otros tiempos, menos clementes que los actuales y acaso se hizo lo que el fiscal pedía. La Czarina se libró de ser imputada, no sé muy bien por qué. Me gusta pensar que su condena fue, aparte de ver la situación de su madre y su hermano, el ir languideciendo como la mediocre artista que era, en locales de cada vez peor categoría. Nunca fue una de las grandes como tampoco llegó a serlo Teresita. De hecho, si no fuera por la tragedia de la que formaron parte, sus nombres no habrían llegado hasta nosotros con la trágica fuerza con que lo han hecho. Pero no nos pararemos más en las suposiciones, el epílogo pondrá las cosas en su sitio: la verdadera historia de lo que sucedió después.

María Conesa, estrella revolucionaria
Epílogo:

María Conesa, la pequeña de las Hermanas Conesa, se marchó de España poco tiempo después. Afectada por los trágicos sucesos, impresionada y apenada por la muerte de su hermana mayor, embarcó hacia América. Llegó a México y allí, gracias a su belleza y su talento -aún sin eclosionar en su etapa de las Hermanas Conesa- se convirtió en una admiradísima e influyente cupletista. Se sabe que simpatizó y colaboró con la Revolución Mexicana, que fue amiga y quién sabe si algo más de personajes como Emiliano Zapata, que hizo una fortuna colosal y que se convirtió en empresaria. Cuando regresó a España en los años veinte, tras haber sido detenida por contrabando, se hicieron conjeturas sobre el origen de su fortuna fabulosa, achacándola más a sus actividades delictivas que a su labor artística. Pero ella superó todo esto y más. Su fama llegó intacta, y aún aumentada, hasta mediados de los años 30, siendo considerada como una estrella de innegable luminosidad, a pesar de ser ya una "vieja" de más de cuarenta años. Fue protectora de los artistas españoles en América, en posteriores y muy difíciles tiempos. Generosa y leal, fue querida y respetada hasta el final de sus días, en 1976.

Sí, la pequeña María, la más joven de las Hermanas Conesa, aquella chiquilla asustada que se enfrentó a la crudeza del asesinato de su hermana, alcanzó la fama, la riqueza, el reconocimiento y el respeto en su vida profesional y personal. Toda una superviviente entre las cupletistas.

viernes, 3 de diciembre de 2010

LA FORNARINA VII: Los sueños vienen de París

Una sofisticada Fornarina le sonríe al futuro

José Juan Cadenas es nombrado corresponsal en Berlín del diario "La Correspondencia" en 1905. Una vez en la capital alemana, se dedica a enviar crónicas informando sobre los supuestos triunfos de Consuelo no tan solo en Berlín, sino también en París y Londres. Lo más curioso del caso es que Fornarina no había actuado en ninguna de estas capitales, todavía, y la labor de Cadenas fue más propagandística que otra cosa. Años después, durante la 1ª Guerra Mundial y siendo corresponsal de ABC, fue duramente criticado por enviar crónicas desde el frente europeo ... mientras se encontraba tan tranquilo en su domicilio de Madrid. El prestigioso periódico salió en su defensa, justificándolo con complicadas tramas de envíos postales diferidos, pero ya sabemos cómo se las gastaba el Sr. Cadenas. En fin, genio y figura.
El caso es que la prensa española se hizo eco de estas falsas informaciones sobre los éxitos en el extranjero de la "rubia y elegante Fornarina" y la consideraban ya como el paradigma del couplet francés, picante sin caer en la grosería "como otras divettes" y se especulaba con la posibilidad de que cruzase el charco rumbo a las Américas. Al mismo tiempo surge de nuevo la pregunta -retórica- que acompañó a Fornarina desde sus comienzos: ¿por qué no abandona el género ínfimo y se dedica a más prestigiosas empresas?
Consuelito en pose de género ínfimo

Consuelo continúa trabajando en España principalmente, aunque actúa a menudo en Portugal donde, por cierto, le toca la lotería. No en sentido figurado, no: literalmente le toca el premio "gordo" de la lotería nacional portuguesa y gana una pequeña fortuna que invierte, entre otras cosas, en un majestuoso mantón de Manila.
Durante 1905 y 1906 , Fornarina sigue actuando en Madrid, en el Actualidades (con Amalia Molina y Pepita Sevilla, entre otras), Romea (con Chelito y La Czarina, cupletera con truculenta historia que merece un intermedio), en Novedades (donde en diciembre de 1905 se enfrentó a unos espectadores, con la consiguiente suspensión de la representación y el consiguiente escándalo), en el Central Kursaal (junto con Pastora Imperio, Malaguita y la Camargo), etc.
En octubre de 1906, actuando en el Circo Villar de Murcia, se produce un alboroto porque el público le pide un repertorio más picante, menos decoroso y más sicalíptico. Ella, muy suya para sus cosas, se niega y se arma "la del pulpo", que en aquella época se denominaba "la de San Quintín" por lo de la batalla, supongo.
Es tan famosa que se habla de ella para bien y para mal, verdades, medias verdades y mentiras completas, rumores y bulos incluidos. El más célebre bulo acaso fuera el de su supuesta excomunión. Para alguien tan creyente como ella, debió de ser un rumor muy doloroso. Afortunadamente duró poco y la prensa, prudente, enseguida rectificó.
Consuelito en pose devota, y en verdad lo era

En 1907 Cadenas regresa a España. Su relación con Consuelo estaba todo lo consolidada que sus personalidades y circunstancias permitían. Se habían visitado mutuamente durante los años en que él permaneció en Berlín, aunque al parecer tanto el uno como la otra mantenían romances o "tonteos" con unas y con otros.
El caso es que, al volver a Madrid, José Juan y Consuelo se van a vivir juntos a un piso alquilado en el número 126 de la calle de Hortaleza(1). Les acompaña Nati, la ayudante, modista, secretaria y confidente de Fornarina. Lo que ahora consideraríamos una asistente personal. De cuándo y cómo se conocieron, nada sé. Lo que sí se sabe es que, tras pasar un período de alejamiento, el día de la muerte de Fornarina la incombustible y leal Nati estaba a su lado (hay una conmovedora foto en el hospital, que en su momento os enseñaré).
En 1907 se produce un hito en la carrera de Fornarina: estrena en el Kursaal Central "Las aventuras de Don Procopio en París" de Cadenas y Alvaro Retana, tema más conocido como "La machicha", en realidad una adaptación al español de la adaptación francesa de un baile de incierta procedencia sudamericana ... un lío que merece entrada aparte.
Después Consuelo debuta en Price junto a Pepita Sevilla, se despide para debutar en Lisboa en febrero, para a continuación regresar a Price y actuar con La Malagueñita, entre otros.
En agosto la Asociación de la Prensa da una fiesta en Parisiana, a la que acuden y en la que actúan estrellas del music hall del Romea, entre las que se encuentran Fornarina, Amalia Molina, La Cachavera, Candelaria Medina y otras. Pero ya para entonces Consuelo ha dado el salto ya que Cadenas ha sido destinado a París como corresponsal de ABC y, fiel a su cometido como agente artístico, le ha conseguido a su bella amante un ventajoso contrato en el teatro Apollo parisino.

"Los abonados" de Jean Beraud, 1907. Una elegante pareja
parisina acude a su palco del teatro

Hay que recordar que estamos refiriéndonos, nada más y nada menos, que al París de la Belle Èpoque. Sus calles y monumentos, el ambiente artístico y cultural, los museos, galerías de arte, restaurants, cafés y teatros, son el modelo a seguir. Triunfar en París es triunfar en el mundo. Alcanzar la fama en París, aunque sólo sea por unas horas, es tocar el cielo con las manos. Y el cielo toca con sus manos la gentil Consuelito, la niña lavandera del Manzanares, cuando llega contratada al teatro Apollo, de hecho uno más de los muchos teatros de variedades parisinos.
Mas no es Fornarina la única española que actúa en el Apollo en aquel entonces, ya que comparte cartel con Pastora Imperio. Para la prensa francesa Consuelito es "la princesa linda de los bucles de oro"(sí, los franceses también pueden ser muy cursis) e Imperio es "la reina de las gitanas". Consuelo canta cuplés a la española y Pastora baila con su inconfundible estilo gitano. Las dos son grandes artistas en su mejor momento pero no son rivales sino complementarias. Su éxito es enorme.

Fornarina y Pastora Imperio: las favoritas

Pero Consuelo y Cadenas no son pareja artística, forman más bien parte de un trío. Artístico, se entiende. El tercero sin discordia es el maestro QuinitoValverde, autor, coautor o adaptador junto con Cadenas y otros, de numerosos cuplés de gran popularidad en la época.
Quinito vive ya en París, durante algún tiempo en una pensión de la rue Richer, cercana al Folies Bergère, más tarde alquilando apartamentos en distintos quartiers. Su vida personal debió ser bastante movida ya que, al parecer por ciertas desavenencias de tipo personal o sentimental en España, decidió trasladarse a París al heredar tras la muerte de su padre, el ilustre compositor Joaquín Valverde. Quinito -así llamado precisamente para distinguirle de su progenitor - no tardó en hacerse famoso por sus aventuras amorosas (le llamaban "el fecundo) y su agitada vida bohemia.
Quinito Valverde en la época de los grandes
éxitos de Fornarina

Junto con su amigo del alma José Juan y una recién llegada Fornarina, se reunen en el café de Madrid, en Montmartre, con distinguidas figuras del variétés, como la celebérrima Mistinguett.
Forman parte de la nutrida colonia española que se dedicaba al espectáculo: cantantes, músicos, bailarinas, cómicos, ventrílocuos, magos, ... el colorista mundo del music hall, desgraciadamente ya desaparecido.

Retrato de Mistinguett fotografiada por Nadar

El sueldo inicial de Fornarina es de mil francos de la época. Debido al gran éxito que obtiene, el sueldo es doblado al poco tiempo. Quinito comienza a escribirle los cuplés que formarán su repertorio durante sus años de mayor renombre aunque, la mayoría de las veces, se trata de adaptaciones de couplets franceses. Es hermosa, admirada y amada. Vive inmersa en el París de la Belle Époque, de alguna manera, forma parte de él y al mismo tiempo lo conforma. Entra en contacto con un célebre empresario, monsieur Marinelli, que pasará a ser su "representante para el extranjero". En fin, la suerte, la fama, la fortuna le acompañan. Sin duda, vive los mejores años de su vida.

Hacia 1910 regresa a España, aunque nunca se haya ido del todo. Allí será recibida como una reina, la reina del cuplé. Pero antes de eso, aún le queda mucho que hacer, que vivir y que cantar en el otro lado de los Pirineos.

(1) El número 126 de la calle Hortaleza de Madrid ya no existe. Probablemente se deba a un cambio en el trazado de la calle o en la numeración.
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